El uso de la violencia como método disciplinario en la crianza de los niños puede tener consecuencias profundas y duraderas en su desarrollo psicológico y emocional. Según la Asociación Americana de Psicología, los niños que son sometidos a castigos físicos recurrentes tienden a desarrollar niveles más altos de ansiedad, depresión y problemas de conducta a lo largo de su vida. La violencia, además, no enseña lecciones constructivas; en lugar de eso, refuerza el miedo y la desconfianza hacia los adultos. En vez de corregir comportamientos, aumenta el riesgo de que los niños repitan patrones de agresión.

Estudios han demostrado que las alternativas no violentas, como el diálogo y la disciplina positiva, fomentan mejores relaciones entre padres e hijos y promueven un ambiente más saludable para el aprendizaje. Cuando los niños se sienten seguros y comprendidos, están más dispuestos a cooperar y a corregir comportamientos inadecuados. La paciencia y el ejemplo positivo son herramientas mucho más poderosas que el castigo físico, y brindan a los niños habilidades para resolver conflictos de manera pacífica.